lunes, 27 de febrero de 2012

La sociedad Griega: La familia básica y la comunidad Política.

ORGANIZACIÓN SOCIAL EN GRECIA: ASPECTOS PRICIPALES


1. La sociedad griega: la familia básica y la comunidad política

Cuando Aristóteles, en el capítulo primero del libro primero de su Política, analiza las estructuras básicas de la sociedad antigua, señala que la familia es la unidad fundamental de la comunidad, y la ciudad la comunidad más perfecta, en la que puede realizarse el individuo como ser humano encaminado a la felicidad en la convivencia con sus semejantes. Esa familia es la habitual en nuestra civilización: está compuesta por el hombre y la mujer unidos en matrimonio estable y la descendencia de ambos.

La relación del marido y la mujer, por un lado, y la de los padres con los hijos son los ejes de la familia. La autoridad en la casa y la familia la posee el hombre, el «cabeza de familia», según decían los romanos. Para el filósofo griego esa relación y ese poder se funda en la naturaleza misma de las cosas y de la relación natural entre los seres humanos. Cada individuo tiene así fijado un lugar «natural» en ese esquema familiar, según su edad y su sexo. Aristóteles es un pensador muy conservador al respecto. Su manera de pensar es la tradicional en las sociedades mediterráneas donde las familias están regidas por la autoridad patriarcal.

Pero en tomo a la familia se forman otras asociaciones de convivencia, como la de los servidores que conviven en la casa con los señores, es decir, la comunidad de los. amos y los siervos. Más amplias que la sociedad familiar restringida de abuelos a nietos són las de la estirpe (génos), de la aldea (kóme), y de la tribu (phýle). Fundadas en un parentesco originario o en la comunidad de residencia estas ampliaciones del grupo familiar como formas de asociación estables están bien atestiguadas por doquier, pero son insuficientes. Pues la comunidad más desarrollada y ya perfecta, según el análisis de Aristóteles, está constituida por la polis, la ciudad-estado, con su autonomía política y su autosuficiencia en todos los órdenes de la vida en común.
En el marco de la polis es donde el ser humano civilizado puede alcanzar sus objetivos económicos y culturales con toda claridad. Sólo en la ciudad puede el hombre realizarse en la justicia y la satisfacción de sus necesidades intelectuales y espirituales. Sólo allí puede superar todas las urgencias materiales y encontrar el tiempo libre y los medios para una vida feliz en la libertad y la cultura. Por eso Aristóteles define al ser humano como un animal ciudadano. Esta famosa definición del hombre como "ser cívico" refleja bien la mentalidad griega clásica, pero está trazada desde el punto de vista filosófico que define a un objeto por su finalidad: el ser humano va a realizar su esencia natural y sus posibilidades espirituales en la ciudad, necesita la ciudad para desarrollar todo su potencial físico y psíquico.

2. Los beneficios de la ciudad

La condición mejor del ser humano que aspira a ser libre y feliz es la de ciudadano de una polis donde tiene a su alcance lo mejor de la civilización. Los bárbaros, que viven en tribus y en aldeas. que son nómadas o no han logrado realizar aún su proyecto civilizado en un marco semejante, están por debajo del los griegos que han alcanzado mediante la vida en la polis la forma perfecta de la vida en común. En la ciudad están los espacios de la vida en común, religiosa y política, los templos y el ágora, los espacios en donde los ciudadanos pueden convivir en libertad, ayudándose unos a otros, los espacios para el culto y el diálogo, para el comercio y la discusión de las decisiones democráticas. En Atenas, por ejemplo, además de los templos de la Acrópolis y el ágora central, están los edificios de la Asamblea y del Consejo. el Areópago y los Tribunales, y también, no lo olvidemos, el teatro de Dioniso, otro espacio festivo comunitario.

Esta insistencia de Aristóteles en el papel decisivo de la ciudad en la vida humana refleja muy bien el orgullo de los griegos al respecto. Recordemos que debemos precisar nuestra traducción de polis para subrayar que una ciudad no resulta una polis por su amplia estructura urbana, sino ante todo una ciudad con autonomía política es decir, algo así como un Estado independiente, con leyes propias y con derechos de ciudadanía propios. El tamaño mismo de la polis es un rasgo muy poco definitorio. En la antigua Grecia hubo cientos de poleis, y de muy distinto tamaño. Muchas fueron ciudades muy pequeñas, de pocos miles de habitantes y de exiguo territorio. Tan sólo Atenas, Esparta, Corinto, Tebas, y pocas más podrían ser consideradas ciudades desde el punto de vista del urbanismo moderno.

La autarquía o autonomía política, más que la autosuficiencia económica, definía a una polis como tal. La diversidad de formas urbanas o de constituciones políticas importaba aún menos. Los griegos vivían en muy varias poblaciones, independientes unas de otras, orgullosos de su autonomía. Cada polis comprendía una zona urbana y una comarca campesina en torno, y no había de hecho ninguna distinción política entre los habitantes de la ciudad y los del campo circundante. Por ejemplo, en Atenas todos los habitantes del Atica tenían iguales derechos como ciudadanos y todos podían acudir a la Asamblea. Si bien de hecho, a causa de las distancias, en ciudades como la Atenas clásica, la asistencia debía de ser más fácil y cómoda a unos que a otros, eso no alteraba el sentimiento comunitario.

Las poleis de la fragmentada Grecia antigua fueron muy diferentes entre sí, por sus circunstancias geográficas y sus condiciones económicas. Había ciudades prósperas marineras, como Mileto y Corinto, y otras rústicas y encerradas en angostos valles, como las del interior del Peloponeso o de Beocia. La gran mayoría de esas poleis tenía una población pequeña, pero el número de habitantes o las dimensiones del espacio urbanizado importaban poco a efectos de la ciudadanía. Una aglomeración urbana tan importante y tan próspera como la del puerto del Pireo no constituía una ciudad, sino que estaba ligada a Atenas como un barrio más, como otros poblados o distritos del interior del Atica. Lo decisivo, podríamos decir en términos latinos, no era la urbs, sino la civitas, el conjunto de ciudadanos con su conciencia y su habitual práctica de una vida política en común.

La independecia de las ciudades griegas concluyó con la hegemonía de Macedonia en tiempos de Filipo II y su hijo Alejandro Magno. Las grandes conquistas de éste en Oriente significaron una revolución económica y cultural de enorme alcance. Desde entonces serán los nuevos monarcas y los caudillos militares, con sus ejércitos mercenarios, los que impongan la ley a su antojo, pese a que algunas ciudades, como la misma Atenas, conserven una aparente libertad. Ya no es factible la autonomía de las pequeñas ciudades, ni en el plano económico ni en ningún otro. Los límites y fronteras se han quebrado bajo el impulso de nuevos poderes monárquicos. El horizonte limitado de las poleis no corresponde ya a la época helenística y sus Estados monárquicos.

Luego llegan los romanos, a mediados del siglo II a.C., que someten a los macedonios y, con aires benevolentes, declaran más tarde toda Grecia provincia del imperio. Pero aunque las ciudades perdieron sus pretensiones de independencia política ya a fines del siglo IV a.C., la vida cultural siguió ligada a ellas durante siglos. Incluso en la poca helenística, que vió el desarrollo de grandes ciudades de modelo griego en todo el Mediterráneo oriental. Ciudades mucho mayores que la antigua Atenas, e incluso más monumentales, como Alejandría o Pérgamo.

La civilización griega se extendió mediante las ciudades fundadas por sus colonos, tanto en Italia como en Asia Menor desde la época de la colonización. Todo un rosario de póleis de origen griego marca las huellas de su alcance civilizador en las costas mediterráneas desde el siglo IX a.C. hasta la época helenística. Alejandro fundó doce ciudades con su nombre en Oriente. Y cabe reflexionar hasta qué punto no ha seguido siendo la ciudad, con su marco cultural, sus lugares de reunión, de cultos y espectáculos, sus ámbitos de progreso intelectual y artístico, aun después de perder su autonomía política, el centro vital de todo el progreso civilizador en nuestro mundo europeo, como lo fuera en Grecia.

3. Las mujeres en la casa y en ciudad

Cuando Aristóteles trata del papel de la mujer en la familia, observa que debe ser obediente al marido y cuidar del hogar. Era el papel tradicional que en la sociedad griega -como en tantas otras antiguas y del Mediterráneo- se asignaba a la mujer. Debía obedecer de niña a sus padres y de casada a su marido. Estaba sometida a las tareas de la casa -como las describe un texto famoso de Jenofonte, el Económico-, debía cuidar del hogar, de los hijos y del marido.

Como la familia era de autoridad patriarcal, el esposo se llevaba a su domicilio, tras la ceremonia de bodas, a la recién casada, que dejaba entonces el hogar paterno. Pasaba así de una familia a otra, llevando su dote nupcial o tras haber pagado el marido una dote por ella (conocemos las dos variantes del contrato matrimonial). Los matrimonios se celebraban por acuerdo de las respectivas familias y los novios apenas se conocían antes de la boda, de modo que el amor no intervenía en el asunto. En cambio, había ejemplos de amor profundo entre esposos (como los de Penélope y Ulises, o el de Héctor y Andrómaca , ya en Homero).

En la casa la mujer tenía sus habitaciones propias (en el gineceo), donde transcurría casi toda su vida. Criaba a los hijos, reteniendo a su lado a las niñas, mientras los niños se educaban luego en las escuelas y en los gimnasios. No participaba en la vida política, privilegio de los varones, ni tampoco en los ejercicios gimnásticos ni en las guerras ni preparativos bélicos. Con sus maridos asistían las mujeres a algunas fiestas, pero había otras exclusivas de las mujeres (como las Tesmoforias o las Adonias). En la democrática Atenas parece que las mujeres tuvieron menos libertad de movimientos que en la ciudad de Esparta donde también practicaban algunos ejercicios gimnásticos. (O que en el mundo descrito en los poemas homéricos, donde la princesa Nausíca va con sus sirvientas a lavar la ropa a un río y encuentra y ofrece hospitalidad al náufrago Ulises.)

Se consideraba un importante adorno en la mujer el silencio, y el que no diera que hablar. La política y la fama de la historia, como las decisiones políticas están reservadas a los hombres. Las mujeres son esposas y madres de ciudadanos, viven en la ciudad, pero están reducidas a la vida hogareña y marginadas de la pública. (Tan sólo las cortesanas o heteras suelen asistir a algunos banquetes y participar de las discusiones de algunos círculos ilustrados).

En la época helenística las mujeres parecen haber gozado ya de mayor educación. El tema del matrimonio por amor se encuentra ya en algunas piezas de la Comedia Nueva y es esencial en las novelas griegas (siglos I-III d.C.), donde las jóvenes y bellas heroínas viajan y muestran su virtud en la fidelidad al amado hasta conseguir el final feliz.

En el mito y en las tragedias encontramos figuras míticas femeninas de gran nobleza como Antígona, Casandra, Medea, etc.-, y en algunas comedias de Aristófanes aparecen mujeres muy audaces e inteligentes, dispuestas a conquistar el poder y la paz que los hombres no saben manejar, como Lisístrata. En algunas escuelas filosóficas hubo algunas mujeres, como sucedió en el Jardín de Epicuro.